A quien no le guste, que no lea

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lunes, 15 de marzo de 2010

Un poco de amor propio

        La actualidad es una verdadera sucesión de chistes con carga explosiva de humor negro. Veamos: Dubai, ese mundo esquizofrénico que representa a la perfección al lujoso templo bíblico lleno de usureros, vendedores, gente adinerada y con grandes déficits de moralidad, encuentra obsceno que una pareja se dé un beso en la calle. Los besugos, ciudadanos ingleses, pueden pasar un mes en la cárcel por su atrevimiento, denunciado por una mujer que se sentirá orgullosa por seguir los mandatos inventados por quienes jamás amaron al ser humano (bueno, es que no creo que tengan en tal estima al sexo opuesto, al que deben considerar el eslabón perdido).
          Lo que me duele, y muy profundamente, de esta amarga anécdota es la falta de amor propio de esta mujer acusica, que representa sin saberlo a millones de hembras de todos los rincones del planeta. Hay que tener la moral y autoestima muy bajas para apoyar con toda la normalidad (y diría que hasta con militante orgullo) una aberración semejante. Aberración que, por desgracia, no nos es ajena a los que nos llamamos países civilizados. La generación de mis abuelos, la mía y, sí, la de los más jóvenes de la casa han crecido creyendo que lo normal es que la mujer sea la parte débil de la pareja, la que lo aguanta todo por amor (un falso amor, pues no se quiere ella y menos la quiere aquél al que debiera exigir un mínimo respeto).
            Hemos crecido creyendo que debíamos ser inferiores, que jamás un hombre nos permitiría estar a su altura porque no lo merecíamos, porque éramos incapaces. Y claro, los polos opuestos se atraen como lo hacen maltratadores y maltratadas. Ellos las buscan sumisas, buenas personas, demasiado buenas y necesitadas de cariño masculino. Ella se deja deslumbrar por la primera impresión del hombre dulce que las protegerá de todos los males, un falso rostro que es incapaz de borrar por muchos que sean los moratones físicos y psicológicos que el que la malquiere le inflija. Ella los disimulará por no perjudicarlo a él, pobre, sin darse cuenta que su prole, que también está viviendo la misma tortura, crecerá sin respeto hacia la figura materna, hacia futuras parejas, hacia sí mismas. Sí, es una aberración que me pone enferma porque la veo día tras día, demasiado cerca de mí.
              Por eso hoy le dedico estas palabras, con todo mi cariño y mi más profundo apoyo, a aquellas mujeres que aún hoy no se atreven a ver el potencial que tienen cuando se miran frente al espejo, el futuro de buenos sentimientos que aún pueden ofrecer a sus hijos, que el amor es una mezcla de respeto, cariño y lealtad (en su más amplio sentido), por lo que si falta alguno de esos ingredientes podremos hablar de muchas cosas, pero jamás de amor. A todas ellas, espero que pronto os queráis como yo y muchos otros os quieren a vosotras.
Ahí va mi empujón, escuchad:

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