A quien no le guste, que no lea

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lunes, 30 de mayo de 2011

El Big Bang de la indignación


Yo también estoy indignada. No he acampado en ninguna plaza, ni he firmado manifiesto alguno. Tampoco he ido a llevar sandía o melón a quienes se han atrevido a permanecer en la calle en contra de la conveniencia y buena imagen de la clase política (de varios colores ésta, no se vayan a dar palmaditas que no se merece ninguna de las formaciones que pululan por las asambleas de este país).
Más allá de las cruentas y económicas estrategias bancarias, más allá de los imputados con cargos públicos, yo también estoy indignada. Y digo más allá de las fauces del poder representado en los diseños de Luc Luycx y el careto de Woodrow Wilson (impreso en los billetes de cien mil dólares que sólo los bancos estadounidense pueden usar), pues mi indignación proviene de ese otro poder que cada uno de nosotros lleva a cuestas, la mayoría sin saberlo, y sobre el que se debería empezar a trabajar antes o durante, pero nunca después de pedir explicaciones con consecuencias a los que llevan el mando de la administración terrenal.
Ese poder al que me refiero es el de la buena vecindad. No señora, no es ninguna tontería. Si lo pensamos bien, el hecho de que haya personas capaces de robar dinero público o privado (sigue siendo dinero) nos indica la capacidad con la que cuenta el ser humano para desligarse de los problemas y sentimientos del resto del grupo con el fin de alcanzar un beneficio unilateral. Esta insolidaria (en ocasiones delictiva) manera que tienen muchos de comportarse es la que nos ha llevado al punto en el que nos encontramos. Sí, esa falta de vecindad que todos llevamos dentro es el verdadero Big Bang del que han proliferado todas las crisis de nuestro planeta.
Imagen: Alvin Red

Publicado en La Opinión de Murcia el 31/05/2011
 

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