
Y entonces el cielo se llena de gritos. Para algunos esta ley romperá los lazos familiares, empujará a las niñas temblorosas hasta la clínica, donde pasarán un duro y amargo trago en la más absoluta soledad. Un momento, tal vez sea al revés y anime a la muchachita a buscar el consuelo de sus padres, ya que se pongan como se pongan ella decidirá sobre sí misma y sobre su futuro. Además, seguro que más de una prefiere tenerlo, pues el aborto no es una obligación, sino una elección.
¡Ay!, pero esta discusión en realidad no va de esto, qué va, en realidad de lo que se trata es, una vez más, de la mala educación. Que las adolescentes prematuras puedan abortar libremente no va a reducir el número de embarazos no deseados, al igual que los centros de menores que evitan que los chavales vayan a una prisión antes de los 18, y eventualmente de los 21, tampoco pone freno a las gamberradas más o menos leves, más o menos graves, horribles incluso.
A mi parecer, en el único lugar donde la responsabilidad no sobra, sino que más bien escasea, es en la que tienen los padres para con sus hijos, especialmente en la primera etapa de su vida, que es donde van a apropiarse de una personalidad que los acompañará el resto de su vida. ¿Nadie ha pensado que tal vez las leyes se han apropiado de las limitaciones niño-adolescentes porque nadie más las quiere poner?
Fotografía: www.flickr.com
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