A quien no le guste, que no lea

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lunes, 27 de abril de 2009

Virus de la influencia (o estupidez animal)

La carnicería está aparentemente vacía. Es viernes y el buen tiempo local hace soñar con parrilladas de churrete y lamparones. Mi turno, el P-0101. Seguro que olvidaron cambiar el rollo. ¿Qué narices significará la P? “Quiero kilo y dos cuartos de ese lomo de chanco”, pide una voz chillona y latinoamericana cuya procedencia no adivino enseguida. “Esa sí que tiene valor, cónchole”, piensa en voz alta mi vecina dominicana, que tiene el turno P-0073, el culo en reposo escondiendo una de esas sillas-bastón y la lengua tan ligera como el peor ataque de disentería.
Una mano bien alimentada entra en escena golpeándome violentamente el brazo. “¿Ves?, ya está la Rosanna metiendo cizaña”. No conozco a la señora, pero a ella no le importa y sigue. “Esta mujer hundirá un día de estos la carnicería… aunque eso sí, con la bolsa de la compra bien llenita”. Yo asiento como si me interesara el ‘cardero’ que se está cociendo, con la esperanza de que deje de hablarme. Tengo que concentrarme, que aún estoy entre el mondongo y la lengua de vaca.
En diez minutos la carnicería está a rebosar de señoras con millones de bolsas que descansan sin pudor en la punta de mis zapatos. Le toca a la P-0037: “Ponme unas cositillicas de cerdo, que a mi marido le pierden a la riojana”. “En dos días todas a criar malvas”, reflexiona de nuevo Rosanna, con el pañuelo tapándole la boca. “Y malas hierbas”, replica la del manotazo. “Ay mi amor, ¿no sabes que el mundo está en alerta por la gripe del puerco?”, le replica con una subida de volumen mi vecina. “¡Que va a ser! Es la del pollo, pero que se la pegó a un cerdo, y como es muy parecido al hombre, ya tu sabes, pues ahora el bicho nos confunde con el cochino y mira tú cómo estamos, esperando nuestro San Martín”. La aclaración es de una compatriota de Rosanna. Parece que se entrenan juntas. “No señora [la del manotazo], que es el virus de la Influencia”. Todos los rostros se vuelven hacia ella por razones evidentes. “Ese es el que ha provocado la crisis económica, Graciela, no se equivoque”, ríe el único varón, no aprovechable, de esta comedia.
Mi impaciencia va olvidando a lo que vine e incluso dónde me hallo. “Todo eso es por allá, por el Yucatán”, alguien le quita espesor al ambiente. “Te voy a dar dos galleta, malinformada [mi vecina, ya saben], que el virus ya ha desembarcado en España, con varios hospitalizados, porque se pega como el rayo; no hay que fiarse ni de las manos, que hay mucha nariz dragada”. Silencio previo al desastre. “Ah…Ah…. ¡Aaaachíssss!”. Todos los ojos me taladran. “Uf, cómo me duele la cabeza, debo tener un fiebrón…”. Las toses se inician cual corte de orquesta. Miradas de pánico. El carnicero me mira con el hacha en la mano, “déjenlo ya, ¿el 52?”. “¿Y es mortal esa gripe?”, pregunto secándome el sudor a la del manotazo, quien comprime la chepa de una anciana tratando de alejarse de mí. “Sss.. sí”. Estornudo de nuevo y cuando abro los ojos volvemos a quedar los cuatro del principio. “Pues sí es verdad que influencia, sí. Póngame ese mondongo, por favor”.

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