
Hay días que es mejor no levantarse, y menos parcialmente, que queda aún peor. Antonio Rosa lo sabe muy bien. Dominicano, y no sólo por el nombre de telenovela, lleva una semana empalmado… perdón, erecto, que es médicamente más correcto y no censurable, cosas de nuestro enriquecido idioma.
El muchacho, un pimpollo de 23 años, ha logrado ser portada en medio mundo (y probablemente más allá) sin pasar por un reality, cosa extraordinaria en los tiempos que descorren, y por ello digno de mi interés que últimamente me come muy poco. Así que a este joven caribeño le ha bastado la aplastante realidad de que con los medicamentos hay que andar con mucho tiento, que si no terminan haciéndote más pupita que ser presidente de Guinea-Bissau.
Supongo que fue un alarde atrasado de adolescencia el que animó a Antonio Rosa (ay que nombre) a mezclar unos cubaticas con un par de pastillas para mejorar la erección que, seguro, de por sí ya la debía tener bien aprendida. Y ahí está. Con un pene más duro que un árbitro de tercera división. Vaya cachondeo deben gastar sus compañeros de trabajo leyendo los motivos de su baja laboral.
La jugada le puede dejar fuera de juego, pues parece que no hay narices a desmontar la tienda de campaña, lo que le puede costar una operación y una bajada de bandera permanente.
Yo, ante la duda, si fuera tío, descerebrado y mulato (que es el caso que nos ocupa) aprovecharía mi gilipollez para ganarme unos pesos haciendo de la catástrofe una virtud en la industria del porno; así al menos, si el cirujano tiene alma de peluquera y se pasa cortando, pues podría mostrar a mis nietos que un día me funcionó… a no, que ya no podría tener descendientes, y a mis ascendientes seguro que no les interesaría recordarme de esa manera.
Yo le recomendaría a Antonio Rosa, en caso de que la cosa se ponga demasiado fláccida, una lanzada de piscina total, mi amor: que ya que te has comportado como un mardito muchacho del diablo y, por ello, convertido en una vaina caribeña, lo mejor que puedes pedir es el visado para Oklahoma city. Allá te sentirías acogido por gente tan de espíritu acneriano como el tuyo, a los que se les ha disparado tanto la fiebre de los tatuajes, ilegales hasta 2006, que se están coloreando hasta el blanco de los ojos (y no hace falta que les diga que entre tanto pinchazo la maquinita puede merendarse la visión).
Menos mal que mientras haya estupidez no nos faltará la inspiración.
El muchacho, un pimpollo de 23 años, ha logrado ser portada en medio mundo (y probablemente más allá) sin pasar por un reality, cosa extraordinaria en los tiempos que descorren, y por ello digno de mi interés que últimamente me come muy poco. Así que a este joven caribeño le ha bastado la aplastante realidad de que con los medicamentos hay que andar con mucho tiento, que si no terminan haciéndote más pupita que ser presidente de Guinea-Bissau.
Supongo que fue un alarde atrasado de adolescencia el que animó a Antonio Rosa (ay que nombre) a mezclar unos cubaticas con un par de pastillas para mejorar la erección que, seguro, de por sí ya la debía tener bien aprendida. Y ahí está. Con un pene más duro que un árbitro de tercera división. Vaya cachondeo deben gastar sus compañeros de trabajo leyendo los motivos de su baja laboral.
La jugada le puede dejar fuera de juego, pues parece que no hay narices a desmontar la tienda de campaña, lo que le puede costar una operación y una bajada de bandera permanente.
Yo, ante la duda, si fuera tío, descerebrado y mulato (que es el caso que nos ocupa) aprovecharía mi gilipollez para ganarme unos pesos haciendo de la catástrofe una virtud en la industria del porno; así al menos, si el cirujano tiene alma de peluquera y se pasa cortando, pues podría mostrar a mis nietos que un día me funcionó… a no, que ya no podría tener descendientes, y a mis ascendientes seguro que no les interesaría recordarme de esa manera.
Yo le recomendaría a Antonio Rosa, en caso de que la cosa se ponga demasiado fláccida, una lanzada de piscina total, mi amor: que ya que te has comportado como un mardito muchacho del diablo y, por ello, convertido en una vaina caribeña, lo mejor que puedes pedir es el visado para Oklahoma city. Allá te sentirías acogido por gente tan de espíritu acneriano como el tuyo, a los que se les ha disparado tanto la fiebre de los tatuajes, ilegales hasta 2006, que se están coloreando hasta el blanco de los ojos (y no hace falta que les diga que entre tanto pinchazo la maquinita puede merendarse la visión).
Menos mal que mientras haya estupidez no nos faltará la inspiración.
Foto: flickr.com
2 comentarios:
No te creas, Teresa, hay gente que ni con inspiración se le levanta el ánimo, y no me refiero a los árbitros de Tercera División.
Espero que hayas tenido buen viaje, besos, un fiel amigo.
M.M.
A veces un poco de química no viene mal, sobre todo si se mezcla con cachaça, tú lo sabes bien.
El coche, también veinteañero, se ha portado mejor que Antonio Rosa.
Besicos eme-eme.
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