A quien no le guste, que no lea

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martes, 27 de enero de 2009

Koro, el pene asesino


(Foto: Galería Bisbi)


La televisión está insoportablemente repetitiva desde hace unos años, y no digamos desde hace unos días. Desayuno con la radio hacia las 6.30 (sí, sí, de la mañana), y las cinco referencias, de las cuales cuatro y media no son novedad, las escucho a lo largo del día en un molesto eco, ya sea por televisión, papel o Internet (deberían añadir al diccionario la ciberrutina, que la hay y mú mala).
Así que como quería probar nuevas sensaciones, anoche le pedí a mi compañera de piso que me escondiera el mando de la tele y el módem (no, no es inalámbrico), con la intención de leer un poco acerca de lo que tanto nos está afectando cada vez a más personas por culpa de la crisis real, la inflada y la de la edad: trastornos mentales.
Me puse el enorme libro de mil quinientas páginas sobre ‘Sinopsis de la Psiquiatría’ sobre las rodillas, luego lo trasladé hasta una mesa, pues no me llegaba el riego sanguíneo a los pies, y finalmente lo abrí al azar por la 565 y me topé con Koro, el pene asesino. Verán, las particularidades intrasladables de cada cultura no se limitan a lo que nos gusta poner sobre el mantel, el acento con el que insultamos al listo que se cuela y la manera en que se remueve el azúcar en un vaso de té. Resulta que hay síndromes psicóticos que sólo se dan en una cultura en particular. Por ejemplo, Piblokto (esto es lo que más me gusta de la psiquiatría, los palabros), un síndrome que sólo afecta a las esquimales, y que consiste en que la buena señora está cocinando la foca que cazó su marido por la mañana y… ¡zás!, se pone a gritar, arañar y morder sin control durante un par de horas, destrozando el iglú y, por supuesto, dejando a la familia sin cena, tras lo cual se para en seco para preguntar perpleja: “¿Se puede saber por qué me miráis de ese modo?”.
Luego está el Amok, un “frenesí asesino” que para suerte de los íberos únicamente lo padecen los malayos. Supongo que no hace falta explicarlo mucho. Es también repentino, aunque bastante más sangriento que el ataque esquimal, así que casi siempre hay vísceras de por medio.
Pero el síndrome que más ‘me gusta’ es el Koro, que sólo afecta a hombres del sureste asiático y algunas regiones de China. Atención chicos: se trata de que el tipo empieza a obsesionarse con la idea de que su pene se está encogiendo. Hasta aquí, todo muy internacional. La particularidad llega cuando esa obsesión le lleva a convencerse de que en realidad su pene no está menguando, sino que se ha aburrido de mirar las baldosas y ahora lo va a hacer hacia la lámpara, o lo que es lo mismo, que su sexo terminará por penetrarle el abdomen, causándole mucha pupita mortal.
¿Que por qué me ha flipado tanto? Porque me estaba pareciendo una explicación metafórica genial de ésta nuestra crisis, la verdadera, la inflada y la de la edad.

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